Sonaron ecos de pezuñas,
aroma a hierbas.
Desvanecido en el atardecer de su vida,
yacía aquel hombre sabio.
Surcaban su rostro huellas implacables.
Alguien lo encontró esa tarde
y le dejó una rosa blanca en los labios.
Sus ojos brillaron como otrora.
El firmamento hizo oir su voz.
tembló la tierra y El se incorporó.
El sol entibió su espalda.
Los pájaros se acercaron a rodearlo,
y elevó el cielo una plegaria.
El hijo del hombre se hizo carne.
El Espíritu bajó y lo bendijo.
Pero...la rosa comenzó a marchitarse
no hubo conjuros ni más plegarias.
El ahora anciano chamán volvió a desvanecerse.
El Todopoderoso dejó que siga su curso,
el eterno cìrculo de la vida.
Ya era tarde...yacía a su lado la rosa marchita
no hubo más conjuros ni alquimias.
solo un breve espacio de tiempo, detenido
esa boca, esa rosa, ese instante...
In aeternum
jueves, 28 de mayo de 2009
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